martes, 26 de enero de 2010

NIMBY

En los países anglosajones donde existe una tradición sociológica no tan ideológica y politizada como la española, se ha acuñado un término que quizás les suene: Not In My BackYard o NIMBY que puede ser traducido libremente como "No en mi patio", el cual se usa de forma comúncuando colectivos determinados expresan su manifiesto rechazo a una iniciativa que supuestamente va a favor de un interés general como puede ser la construcción de una carcel, un centro de desintoxicación, unas obras públicas o, como se podían imaginar, un almacen nuclear.

Aquí por supuesto en España a colación de lo último, se está produciendo un debate donde se están mezclando todo tipo de conceptos, soberanias y legitimidades hasta conformar el ya familiar batiburrillo de grandilocuencias y cortas miras que es la política española. Que si un alcalde dice una cosa, que si el Partido otra, que si la Comunidad Autónoma la contraria y el Gobierno Central la inversa.

Si los medias españoles decidieran aplicar la lógica del NIMBY para reducir este problema nos ahorrariamos algunos minutos de telediarios, columnas periodísticas y tertulias radiofónicas. Simplemente nos informarían de un nuevo NIMBY a causa de la nccesidad de almacenar residuos radioactivos y no tanta monserga.

Por supuesto los Gobiernos para aplacar y endulzar los NIMBY's, lanzan programas de inversión que tratan de compensar las molestias y/o riesgos pero dejando estos caramelos aparte, surge el único debate interesante: ¿ Está el Poder, ya sea municipal, autonómico o estatal , legitimado para en virtud del interés general decidir el emplazamiento de unas determinadas infraestructuras o instalaciones ? Yo creo que sí. ¿ Están legitimados los afectados a protestar? Pues evidentemente que también. Y así se escribe el hastiado guión de un NIMBY.

Soy consciente de lo inocente que soy al escribir "interés general" como un concepto político puro cuando ese "interés general" no es más que el producto de un delicado equilibrio entre funcionalidad, cálculo económico y electoralismo. Sin embargo como recoge magistralmente Jordi Costa en sus "Monstruos modernos", los políticos son asimilables a magos de conejo y chistera, y los votantes no dejan de ser espectadores dentro del rancio show. Sabemos que nos están engañando pero una vez que suspendemos nuestro escepticismo, nos vemos obligados a aceptar ciertas reglas del juego.



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